jueves, julio 21, 2011

Memoria.


Uno de mis defectos es vivir de recuerdos. Cada vez que oigo una canción, que abro una caja, que empujo una puerta o camino entre las calles, hurgo en el fondo de ellos. A veces me alegran, pero debo considerar que la mayor parte de las veces, me entristecen.

Hasta el momento me han dicho que es malo. Vivir arrepentido de lo que hice o dejé de hacer es lo que muchas veces me frena a seguir, y me come el remordimiento de no haber abierto más los ojos, de no haber vivido más cada segundo. Pero también veo con claridad los segundos en que mi alma salió despegada de felicidad, en búsqueda de prolongarlo todo.

También sé que escribir acá no producirá nada. Pero tampoco lo hicieron los momentos en que me senté en la vereda, en que corrí como un loco, en que me fundí con el viento, en que esperé paciente, en que subí los cerros, en que lloré, en que me sorprendí con caricias ajenas, promesas, miradas que decían mucho y no hacían nada, en amores no correspondidos, en besos sin destino.

Recordar es mi mal. O quizá simplemente un bien que no sé aprovechar.

martes, julio 19, 2011

Amatus sum, amatus es, amatus est.



En mis noches se resbalan los minutos y cuentan las palabras al revés, como si la atmósfera se volviese líquida, el respirar asfixia y los recuerdos se hacen realidad, para entrar en el repetitivo y sordo mundo onírico.

lunes, julio 18, 2011

Canción para volver.


Tengo un sueño, que en noches se repite.
Habla de la vida, en blanco negro y en colores.
La historia se apaga, mientras recorro los manchones.
De pasajes locos y vanas contradicciones.

Más allá en lo lejos, siempre creo que veo luces.
Cuando trato de alcanzarlos, allá me voy de bruces.
Me es ingrato volver allá dónde el día se hace negro.
Por eso recomienzo y pego los trozos que esparce el viento.

Un día soñé el mismo sueño añejo.
Ahora era yo recorriendo el mismo fresco.
Se acabó señores, dije fuerte y claro.
Para cerrar el telón de este sueño ingrato.



miércoles, julio 06, 2011

Sideral


Entre la cortina pasaban las horas, su ojo se hacía más viejo a cada segundo y se sucedían mil pensamientos a la vez imposibles de conectar en su mente. La rutina era siempre la misma. Una lágima caía por su mejilla izquierda. Algo le hacía doler algo más que el cuerpo. Habían veces en que ni los mismos mares lograban contener sus saladas lágrimas. Y en medio de la espesura de la noche escondía sus sollozos para hacer, tal vez, que la noche se compadeciera de su dolor algún día.

Una noche, las estrellas hablaron en lenguas extrañas; el calor detuvo el frío suspiro y se hizo seca la lágrima. Se ordenaron los lazos que ataban los pensamientos. La mirada ahora se hizo segura, ordenandose cada átomo de su existir. Una noche, todo cambió. Sólo en una noche.

Dicen, que aquella noche vieron su corazón abrir.