miércoles, enero 24, 2007

Mientras apago la luz (pienso en tí)

Pensar en cómo fué o como sucedió resulta casi inexplicable. Sólo queda pensar en que la vida une sabiamente a aquellos que necesitan de algo que el otro puede entregarle, entregando recíprocamente también otro algo que sea de necesidad para ese otro.

Suena enredado pero continúa siendo misteriosamente bello. Así y ahora, los sentimientos de satisfacción y de plena confianza que me causa el sólo pensar en los nuevos amaneceres y anocheceres que veré apoyado en tus maternales piernas y observando tus ojos de miel, se entrecruzan con el miedo de soltar de tu mano y perderte en la espesura de este mundo que sabe distinto ahora, contigo.

Porque no tengo ni hora, ni día para quererte, ni existe el cansancio para besar tus labios.
Te quiero porque eres como te visioné en mis solitarias caminatas por la ciudad, o en mis interminables noches, que con desesperación buscaba un regazo como el tuyo en el que reír, soñar, o llorar.
Te quiero porque eres quien desconecta mi ser de la toxicidad del mundo, quien con sólo mirarme logra felicidades que eroga el propio ser hasta el punto de volverme un tonto en busca de imposibles; por, simplemente ser quien llena ese trozo de vida muerta que tenía hasta aquel día en que tu mirada se cruzó con la mía.
Te quiero porque tus labios me enseñaron lo sublime de un beso, la ternura del existir ahí, y ahora, y la calidez maternal de una mujer.
Te quiero porque me enseñaste cosas que no se aprenden sin haber sentido aquellos escalofríos y los sudores cálidos que me producen tus abrazos.
Te quiero sin pensar en la medida de mi entrega, porque tus sonrisas me hacen ser feliz.
Te quiero porque me demostraste que realmente tengo una razón de estar aquí y por ver que los sentimientos no están en el cerebro ni en un corazón, sinó que en un intangible, como es nuestra alma.

Te quiero simplemente así, sólo porque te quiero. Y aunque no estés aquí ahora, y conmigo, tus olores llegan a mi ser, pudiendo sentir tu voz como resuena en mi habitación, junto con tus incomparables respiraciones en mi boca, y con ello, uno de aquellos besos que me obligan a terminar besando tus manos con el secreto deseo de detener el tiempo para besar también tu alma.

sábado, enero 13, 2007

Anestesia local

Escapar de la rabia de este mundo que tapiza las paredes de lo absurdo. De este mundo que varía sin pensarlo siquiera, mostrándonos sus bondades en segundos que se hacen horas y luego años, pero que en verdad sólo han sido sueños.

De un mundo en el que intentar destruir, parece más fácil que intentar amar.

Correr más allá de lo oscuro es un reto que parece no acabar en medio de aquellas miradas cínicas o aplausos o palabras que tratan de halagarnos, pero que en verdad son cuchillas disfrazadas de rosas.

Correr, en medio de la nada de un mundo a veces sucio, a veces ingrato, a veces injusto o a veces tan dulce como la miel.

Volar, a lo lejos para no sentir ya más el murmullo de la gente o el tronar de los motores y ni siquiera escuchar el tenue sonido de mi voz, silente en medio de la noche cuando trato de llegar algo más allá de mis manos.

Algo imposible si se mira con los ojos o se intenta pensar con la racionalidad inconsistente de las noches en vela. Posible, cuando se cree en la libertad del espíritu. En lo intangiblemente sublime de pensar siquiera, en ver tus manos junto a las mías.

miércoles, enero 03, 2007

Derrame cerebral

Las luces se apagaron una a una en aquella casa ahora fría y llena de odios. En su interior se respiraba la soledad y un dejo de nostalgia. Los gritos y golpes del día aún seguían ahí. Como sordos y mudos testigos de una evolución radical y duramente trágica.

Se prepararon maletas para aquellos que nunca más quisieron volver. Portando más allá de lo material, llenaban sus bolsos con lágrimas y sollozos que quién sabe si realmente eran de rabia, desconsuelo, pena o lástima.
Todos deseaban que con el alba, aquella casa se hundiera con todos los recuerdos que tapizaban de negro la madrugada estival.

Recuerdos. Recuerdos evocados de infancia en el que aquel hombre era el protector, amo y señor. En el que aquel hombre era un fiero protector de los sueños de futuro, con el que con sólo abrazarlo se sentía el latir de la sangre que se había de derramar ante amenaza enemiga.

Pero los astros tenían deparada una historia de persecución, hambre, frío e incertidumbre mientras las piernas de aquel hombre corrían entre las balas de aquellos con casco y metralla. Metrallas que años después ramificarían el comienzo de un futuro feliz a veces, combinado con la amargura del vivir. Amargura y soledad del vivir.

Aquellas mismas metrallas que resonaban en su cabeza mientras la demencia se lo llevaba a lo más profundo de sus sueños; en el que se escucharían una y otra vez desde las bocas de los siete, que ahora con sus crías se apresuraban a apuntarlo con el dedo índice... para humillarlo, y remecerlo desde sus tinieblas.

No hay vuelta atrás. No hay botón de apagado ni llave que detenga los actos y palabras de aquel día.

De aquel día que terminaba ahora con aquellos tres, saliendo desde la casa, guarida, cubil y hogar de muchos; con maletas bajo sus brazos, cargadas de los recuerdos del ayer y penas de un ahora agrio. Mientras apagaban a su paso, las últimas luces de la ahora inmensa y solitaria casa.