domingo, septiembre 28, 2014

Destierro.



Del sol aprendí que su grandeza, calor, inmensidad y poder es sólo comparable con el amor de Dios.

De la arena aprendí que somos insignificantes en medio de todos, pero cada grano es único. Y un desierto no sería un desierto si faltara estuviera ése pequeño grano.



De la piedra aprecié su dureza, esa porfía para soportar intacta el paso del tiempo avasallador, de aguantar el golpe y esa paciencia eterna. 



Del viento amé su vaivén, su capacidad de viajar, de ése ir y volver que me hacía escuchar de pronto en su susurro la voz que más amo, arremolinado en su respiración inagotable.



De la distancia aprendí que tiene un poder limitado. Se aparta el cuerpo, pero el alma jamás.



De la luna admiré su serenidad y me llené de su romance de luna que lleva consigo. De esas palabras bellas que le escribieron poetas en sus cráteres para nunca dejar de amar.



De las montañas fuí confidente de su soledad, y ellas también de la mía.



De las estrellas aprendí que son chispazos de amor, y colaboré con ellas cada noche a colgar un poco del amor guardado en el firmamento eterno e infinito... de tu corazón.